Entre semana de madrugada salgo pasear a veces por las tangentes del río. Esa noche en concreto no había ni un alma; miro el reloj, las 3:00 A.M. Me acerco a la ribera para fijar la vista en las estrellas del cielo que se reflejaban difusas en el agua, como si fueran medusas bailando. ‘Cuanto más se acerca un hombre a la tragedia, más intensa es su concentración de emoción en el punto fijo de su compromiso, es decir, tanto más se acerca a lo que en la vida llamamos fanatismo’ escucho de repente por mi espalda. Me doy la vuelta y veo a un hombre con mirada afable tras unas gafas de cristales tintados; no había otra opción que negara que se dirigía a mí. ‘No sé señor… La mayoría de las veces me quedo atrapado en un puente de preguntas sin respuesta’ le dije tras pensarlo un poco. ‘Bueno… El trabajo consiste en formularse preguntas, tantas como se puedan, y hacer frente a la falta de respuestas precisas con una cierta humildad’ me contestó enseguida.
Seguimos mirando en silencio a las estrellas que se evaporaban y otras nuevas que se reflejaban en las calmas aguas del río hasta que le dije: ‘Me parece todo muy etéreo, señor’. Esta vez tardó un poco más en contestar: ‘La tarea del intelectual consiste en el análisis real de las ilusiones con el fin de descubrir sus causas’. Reconozco que me desmontó, hacía mucho tiempo que no tenía una conversación más profunda que una charca de lluvia. Al notar que me costaba seguir la conversación con algo de dignidad la retomó con: ‘La manzana no puede ser vuelta a poner de nuevo en el árbol del conocimiento; una vez que empezamos a ver estamos condenados y enfrentados a buscar a la fuerza para ver más, no menos’. Seguimos buscando luciérnagas en silencio mirando al río.
‘¿Cómo lo hizo usted?’ le interrogué. ‘Bueno… Para mí la estructura de una obra de teatro era siempre la historia de cómo los pájaros regresan a casa para sentar la cabeza’ respondió sin más. ‘Ahí puede que tengamos un problema, señor. No considero al teatro como un arte mayor sino uno que necesita y está apoyado en un modo de vida social. No le niego la poesía y el realismo al ser un espejo de lo efímero de la vida, pero…’ ‘Considero el teatro como un negocio serio, que hace o debería hacer al hombre más humano, es decir, menos solitario. No hay ninguna incompatibilidad en que se use de una manera o de otra en la ciudad’ me interrumpió y prosiguió su exposición: ‘Aunque entiendo lo que dices. El asunto principal de una obra de teatro es despertar las pasiones de su audiencia para que por la vía de la pasión puedan abrirse nuevas relaciones entre un hombre y los hombres, y entre los hombres y el hombre. El drama es similar a las otras invenciones del hombre en que debería ayudarnos a saber más, y no sólo a dedicarnos a nuestros sentimientos…’ Al escuchar sus palabras permanecí asintiendo por unos segundos sin perder de vista las perseidas del río.
Cuando giré la cabeza para seguir preguntándole ya no había nadie; busqué con los ojos bien abiertos e inquietos hacia todos los lugares cercanos alrededor de donde estábamos. Nadie. Miré la hora. De nuevo las 3:00 A.M. (antes del meridiano, y de Arthur Miller).