De repente se puso a su lado. Buscando hueco entre una pila de otros nombres; algunos selectos, otros olvidables. Fue la primera vez. Y ni siquiera se dieron cuenta. No podían hacerlo. Eran invisibles el uno para el otro.
Hubo una segunda, otra tercera. Y después una cuarta. Pasaban días, semanas y meses y volvían a encontrarse. Ya fuera visitando una pintura renacentista o viajando para escuchar el concierto de un viejo chelista. Se encontraban en casas llenas de libros con grandes tragaluces pero tampoco la fluorescencia del amanecer podía hacer nada para que se notaran. Eran como ciegos sin olfato, sin oído. Sin haber aprendido el baile del braille. Y sin embargo sus nombres cruzaban la barrera de los sentidos para posarse el uno junto al otro. Como si se reconocieran pese a no poder sentirse formando una cadena invisible donde la individualidad se convertía en colectivo; una asociación de ideas pequeña pero irrompible donde los sentidos no se postraban ante la tiranía de lo físico y se abrían paso como un tsunami entre los sentimientos, gustos, descansos mentales y agonías varias.
Pasaron más días. Meses. Y puede que también pasaran los años. Allí continuaban: en las más distintas ocasiones y latitudes paseando de una mano incorpórea. Apreciando, reconociendo y sorprendiéndose de miles de lugares juntos. Desviándose del camino para degustar idénticas fuentes. Calentándose en el mismo cobijo.
Y así siguió pasando el tiempo colándose entre los dedos que nunca se reconocieron como arena de un volcán extinto, mientras sus nombres brillaban siempre juntos en una infinidad de enlaces de pinturas y música, retazos de poemas y relatos, noticias de clara empatía social, fotografías que buscan almas, vídeos absurdos y demás evasiones junto al pulgar de me gusta o un corazón mal dibujado en un éxodo sin final en paralelo.
Los ojos de esos nombres; las miradas y olores que sí reconocen a esos nombres; el tacto que ha formado figuras etéreas e infinitas de esos nombres; las voces que han estallado en estampida por esos nombres, recorren el mismo viaje. Equidistante.
Pero en la dirección contraria.