Es curioso. Hay ocasiones en las que a uno le acuden frases escondidas en el recuerdo y de pronto, le asaltan como un bandolero en un camino. En el año 1999 un embrión de compañía en la que andaba trabajando, El Gato Negro, no sólo como actor, sino como también es costumbre en este medio de aprendiz de todo, eso sí, como el resto de mis compañeros, que eso alivia.
Empleamos alrededor de tres meses en preparar el espectáculo, llenos de alborozo incluso nos imaginábamos recogiendo algún premio. La realidad nos dio de estreno un centro cultural, con una noche para familiares, amigos y algún que otro profesional de nuestro bando para que la crítica no se te cruzara y cuatro meses de espera para poder desempeñar el mismo juego en otro lugar, el Festival Internacional de Calle de Getafe.
Allí estuvimos montando los andamios que cogimos prestados de una obra (no había medios, debíamos encontrarlos) para construir La Pinta, carabela donde se desarrollaba la mayor parte de la escena.
Al mirar a través del telón cinco minutos antes de iniciar la representación, descubrimos el teatro lleno, y no de tíos carnales mezclados con vecinas del quinto, sino de gente que no se conocían de nada, excepto los de la cuarta fila, que por lo besos que se daban llegué a la conclusión que igual eran primos hermanos, por lo menos eso me decía mi abuela cuando veíamos a gente en la misma situación.
El gozo se disparó al enterarnos que media hora más tarde comenzaba el espectáculo de una compañía de prestigio, La Fura dels Baus, y los asistentes ¡nos habían elegido a nosotros! Lo que yo decía, nos daban un premio.
Durante la representación de la tercera escena, en esa en la que el Capitán Medina al timón de su carabela miraba al frente con aires de marino enamorado arengando a su tripulación (por si no lo había dicho, yo jugaba ese papel). ¡De pronto! Al girar mi cara y tratar de descargar toda esa magia que me embargaba… comienzo a escuchar una música en el exterior propia de una discoteca para sordos. Nuestras voces se redujeron a meras anécdotas, el público como si del final de la obra se tratara, se levantaban abandonando el lugar.
Toda la compañía allá arriba preguntándonos qué pasaba, qué es lo que estábamos haciendo mal y entre el griterío pudimos escuchar:
¡Corre que ya empiezan!
Entraron simplemente para hacer tiempo, estar sentados, y como la noche era fría, qué mejor que una butaca y calefacción. Lo he pensado muchas veces, la pena es que no dimos con la entrada chocolate con churros mientras esperaban a las estrellas del festival, si no otro gallo hubiera cantado, pero sin alternativas gastronómicas se lo pusimos realmente fácil, total, nosotros ¿Quiénes éramos?
La comedia la acabamos sólo con unos cuantos que parecía que les había gustado la cosa y los de la cuarta fila, que por lo que hacían, llegué a la conclusión que en esa familia se querían mucho, porque vaya besos y abrazos, parecían a los que en sueños daba yo a esa chica que tanto me gustaba en la E.G.B.
Una vez desmaquillados, la carga en el furgón y las caras deformadas, dignas de los espejos de la calle Del Gato, justo en ese instante y mientras aceleraba el director su furgoneta, exclamó:
‘Nunca se nos dijo que esto fuera fácil’.
Con este recuerdo firmo que la esperanza es lo último que se pierde y que el cómico nace con el destino irremediable de crear y de seguir haciéndolo.
Así que…Amados cómicos ¡Adelante!