Oigo incluso cómo se arremolinan tras la polvareda
todos los humanos que me han odiado
(todos hombres)
alrededor de mi hoguera;
como si fuera un aquelarre de jubilados dando de comer a cien palomas
observan el crepitar del fuego
con las manos en la espalda
pacientes.
Oigo además el cortejo incorruptible de la soledad
el erotismo de las palabras mudas en el vaivén
de la nada,
la lluvia de versos que cae como lienzos en blanco,
la estela de la bala el crujir del espejo
empiezo a oír
las onomatopeyas del tiempo de los niños
los parpadeos.
Pero también oigo como estallan por los aires las astillas
de mi cuerpo y llegan al cielo
formando fractales imposibles en rabos de nube
que recubren,
de nuevo,
un nuevo violín antiguo.
Y suena,
de nuevo,
la música que prefiere el viento.
Aunque ahora no pueda escucharla, verdugo.
Verdugo:
pasado el tsunami devastador de la bilis y la sangre,
acorazados de petroleros destrozando a un velero,
veo el avance invisible de millones de átomos esparcidos al mundo
por el agua sagrada de mi boca y de mi culo
de mi boca. Y de mi culo. A contratiempo.
(…)
Y después de minutos mecido en el silencio del mundo.
(…)
Con el pulso del cuerpo viviendo en el pasado
es cuando:
oigo incluso a la flora intestinal de mis entrañas recomponerse.
Oigo la sutileza de mi flora
envasándome al vacío en mi vacío
acurrucándose cerrando los ojos y haciendo fuerzas
con la imposible
delicadeza
de los pigmentos de un restaurador renacentista.
Oigo la elegancia de mi flora
el único microorganismo interno que trabaja contracorriente
siendo capaz de vencer a tu destino.
De devolverte la vista.
Y es quien me ayuda a observar con mayor trasparencia,
la lealtad de mi flora,
el avance invisible de millones de átomos esparcidos al mundo
que viajan
sí… Viajan.
Como en la teoría de cuerdas.
Con el polvo que levanta el galope de tus mil caballos huyendo en el desierto.
Y en un bostezo.
Entran en tu cuerpo a través de una fuga
o una sonata
para envolverte los pulmones con una fina película.
De cine mudo.
Nunca vuelves igual cuando te mece unos minutos el silencio del mundo
cuando el pulso del cuerpo vive en el pasado.
Desincronizado.
Nunca vuelves igual de un plano más lógico con el daño.
Nunca vuelves igual.
Pero todo es lo mismo.
Y comienza.
En espiral.
Un bucle de retales en mi cabeza.
Posándose en los otros como copos de imanes cayendo,
formando letras graníticas.
Palabras letra a letra como la carta de un psicópata.
Y leo.
Por los recuerdos, por lo que soy.
El porqué de todo esto:
El por qué.
De todo esto.
De lo que fui.
De lo que soy.
Del silencio. Del frío polar.
De las llamas.
“Habiendo caído
las flores del cerezo,
el templo pertenece a las ramas”. *
* Haiku de Yosa Buson.