Carlos S. Bouma

La pesadilla que se muerde la cola

viernes 27 enero 2017

Cada vez que te cambio el pañal precedido por la antesala de tus lloros y lamentos aniñados, siento toda la pesadez del mundo posándose sobre mis hombros como si fuera Atlas, o como si una bóveda gótica se fuera hundiendo -minuto a minuto- un metro más cerca de nuestras cabezas dispuesta a eclosionarlas.

-¿Lo estaré haciendo bien?- me pregunto una y otra vez. No tengo ni la mínima experiencia necesaria para plantearme una respuesta fiable. Ahora estamos solamente tú y yo. Y tus excrementos dejaron de oler como los de un bebé impoluto y empiezan a hacerlo a decrépito.

Cada vez que intento comunicarme contigo -y en respuesta sólo consigues expandir a la máxima potencia tus globos oculares, mover descoordinada tus endebles brazos y balbucear onomatopeyas que me transportan a traducciones inverosímiles- veo cómo todos los puentes que conectan a millones de personas cada día se diluyen al unísono sin estruendo. Dejando el silencio de las ideas que podríamos tener entre nosotros como una compañía eterna.

-¿Qué me quieres decir?- Ojalá pudiera entenderte. No comprendo tus pequeños alaridos. Ni tus sonrisas ni lloros discontinuos y aleatorios. Te veo tan pequeña… tan minúscula que jamás me lo hubiera podido imaginar.

Cada vez que limpio tu cara y cuerpo de impurezas y sudores y recuerdo –porque aunque sea viejo puedo recordar, mi amor- que no hace tanto tiempo tu piel eran tan suave que escuadrones de gusanos de seda se congregaban para abdicar en tu presencia, me ahogo al percibir ahora una aspereza opaca que inflige pavor a mis caricias… Las yemas de mis dedos no reconocen estas estrías hirsutas que hoy se aglomeran moldeando figuras en tu piel. Y no desprenden vigor.

¿Por qué te toco y no te reconozco?

Llevas un año en decadencia, ante mis ojos. Ante las trescientas sesenta y cinco miradas aterradas de mis ojos. Abandonada al azar de una estela insoportable de cenizas que sutilmente forman señales dirigidas al final de tus días. Y no creo que tengas en mente al ave Fénix.

No me has aguantado la mirada ninguna vez en un año.

Cada vez que entro en el centro donde estás postrada en una cama; y en una inconsciencia absoluta, siento en mis carnes tu maldita enfermedad, que posee y abandona tu ser hasta dejarte en igualdad de condiciones con un neonato. Te miro y noto tu indefensión desnuda en pañales a tus sesenta y siete años y veo el comienzo y final de tu vida englobado en un claro paralelismo. Cambia el collar, no el cancerbero que fiscaliza tu destino.

Quizás el alzhéimer sea tan sólo, mi amor, un sueño asceta que nos intenta liberar de esta pesadilla que se muerde la cola.

Estaré contigo aunque no me recuerdes, aunque hayas pasado conmigo cincuenta años de tu existencia y no me recuerdes, aunque me mires y veas a un mueble, aunque te mire y no vea más que una simple paradoja a esta historia que llamamos, con ingenuidad, vida.

 

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Comentarios sobre La pesadilla que se muerde la cola
Por jesu el sábado 28 enero 2017 a las 00:05:24  
Por Carlos S. Bouma el domingo 29 enero 2017 a las 18:56:41  

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