Desde mis tiempos más chicos

viernes 21 abril 2017

Desde mis tiempos más chicos, el cine ha sido como una gran ventana al mundo, me dejaba soñar con canales de agua y gente sobre barcas girando paraguas de colores.

Esperaba el domingo ansioso, a las cuatro y veinte, me ponía el jersey de cuello de cisne blanco, incluso me peinaba la raya a un lado con colonia, quería que todo fuese perfecto, así mi madre sin perder tiempo me llevaría a la calle Escosura, a la sede del partido comunista, donde a las cinco en punto y por veinticinco pesetas proyectaban películas de Bud Spencer y Bruce Lee.

Salíamos del portal de casa, y yo que siempre he sido un tanto movido, iba yendo y viniendo a la par que metiendo prisa:

¡Venga! ¡Va a empezar ya!

Mi madre la pobre que cargaba con mi hermana tres años más pequeña que yo, andaba a paso legionario, y yo a su lado, que parecía la cabra, pero es que podía oler casi las palomitas, me imaginaba sentado enfrente del león rugiendo, la música alta, los niños de la mano de sus padres, el griterío, y si tenía un poco de suerte, igual me quedaba a la sesión de la noche… como los mayores.

El día que lo hacía…¡Oh! Miraba todo, y a todos. No perdía detalle. Sus barbas, alguno fumaba en pipa, y en sus conversaciones aparecía un tal Suárez ¿Quién sería ese?

Empezaba a las ocho, cuando yo a las nueve normalmente iba a la cama, pero ese día estaba permitido, era el día de la doble sesión de cine. El problema era que a veces no entendía ¿que tenía que ver un señor paseando por París disfrazado de monja, con un perro andaluz? pero sin darme cuenta se fue forjando inconscientemente en mí, una opinión sobre el séptimo arte, entre aires de verbena y fiesta de pueblo.

Cuando reflexiono sobre porque la gente no va al teatro, me pregunto primero, si corren al espejo para hacerse la raya a un lado con colonia.

¿Si sienten las ganas de ver a Yago traicionando a Otelo?

En ocasiones oigo a gente mientras lee la cartelera de los teatros:

¿Otra vez Otelo?

Nosotros, niños y grandes de los años ochenta sabíamos lo que iba a pasar en esas películas, de pronto Bud abriría su gran mano y daría tortas a diestro y siniestro como Don Manuel en el colegio, pero la esperabas ansiosamente ¿Qué hubiera sido de Bruce Lee si no se escapara de todos? Pero había algo en esa magia que en el teatro de hoy a veces falta ¿Dónde está esa ilusión? ¿El sueño? En definitiva: el juego.

Nuestro deber como cómicos es buscar en la memoria, recordar las noches de tormenta donde en un fuego de pueblo, familias y amigos animaban al abuelo que contara cómo pasó tres días en la montaña con un tiro en la pierna, mientras escapaba por los Pirineos a Francia. Los nietos se acurrucaban en las piernas de la abuela que sin querer y entre lágrimas revivía que su tío abuelo Alberto fue quién disparó a su marido ¡Qué tragedia!

Todos, sin excepción querían saber más, olor a hechizo, humanidad, algo que parece estar poco a poco fuera de moda sobre el escenario.

La idea estética prima sobre lo fundamental, nos hemos olvidado de la pieza básica, el público. Casi todo se queda en ese malévolo invento llamado cuarta pared, es igual que un partido de cesta punta, se lanza la palabra junto al gesto (a veces ni eso) con velocidad endiablada, y rebota en ella golpeando al actor dejándolo k.o. y sin sentido, el mismo que capta la sala y que irremediablemente se convierte en juez, ya que no siente formar parte de aquello, en lugar de ser un amigo más sentado alrededor del fuego.

Poco a poco lo que era un hábito de masas ha pasado a ser una rutina de autómatas e intelectuales ¿Demasiado teatro sagrado?

Hace unos sábados mientras me tomaba un descafeinado en el bar, vi a un niño con la bufanda del Real Zaragoza, iba de la mano con su padre, dirección El Estadio de la Romareda. Por un momento pude imaginarlos en la grada, conocían los protagonistas del partido, esperaban vibrar junto a cuarenta mil personas jugada tras jugada. Incluso los veía volviendo a casa discutiendo sobre el gol del equipo contrario:

¡Ha sido falta al portero! Y el siete nuestro no le da una patada ni al suelo. Te lo digo yo…¡Sé de fútbol!

Mientras, el niño involuntariamente iba fraguando opinión sobre los jugadores y sus capacidades, como lo hice yo, sobre las películas del cine del partido comunista y los hombres de barba con pipa que hablaban de Suárez.

Terminé de un sorbo el descafeinado de máquina pensando:

¿Cuándo volverá el teatro a inspirar de esa manera?

La camarera, por cierto de muy buen ver, se tocaba la nariz con pequeños gestitos dirigidos a mí. Miré a un lado y a otro y con cierto aire de, ya veo que te gusto, me acerqué a la barra con aires de seductor,  la pelirroja con cara de niña mala me apuntó:

Llevas toda la espuma del descafeinado en la punta de la nariz.

Quizás en la nariz del teatro también haya en ocasiones demasiada espuma.

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Comentarios sobre Desde mis tiempos más chicos
Por Ana Roche el domingo 23 abril 2017 a las 12:57:21  

Eres maravilloso Ibán Naval

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