Esta mañana me he levantado temprano.
Hacía meses que no madrugaba tanto. Estoy en mi casa y tengo sin preparar la mochila para ir a la oficina. Cuando me siento a desayunar me doy cuenta de que mis compañeros me han escrito: no llegan a la hora y tendremos que ir más tarde a trabajar.
No importa, cogeré el coche y lo llenaré de gasolina. Un momento, me digo cuando saco del abrigo las llaves, este coche no es mío. Estas llaves no son las llaves de mi coche. Bajo a la calle y busco un coche que no es el mío. ¿Cómo será este coche que con el que tengo que ir hoy a trabajar? Supongo que grande. Pulso el botón del cierre centralizado, contando con que la suerte ayude a encontrarlo.
Nada.
No hay ni un ruido que me ayude a identificarlo. Espero hasta que mis vecinos se levantan y se van, puntuales, a sus trabajos. Ahora soy yo el que avisa que llegará tarde. Cuando solo quedan dos coches, juego a los dados y acierto. El mío es la furgoneta.
El coche huele a nuevo, eso sí. El salpicadero está nuevo y tiene…seis marchas. Mi coche no tenía seis marchas. No pasa nada, será fácil. Y por supuesto es fácil.
Tarde, recojo a mis compañeros y nos vamos a la oficina. Nos perdemos. ¿Por qué el camino no es el mismo que ayer? Ya íbamos tarde y encima esto. Llegaremos con el tiempo justo para fichar. Ni café, ni cigarro en la puerta, ni nada.
Mucho más tarde de lo habitual, llegamos por fin a la oficina. El ordenador está encendido y me han cambiado la mesa de sitio. A mí me gusta trabajar junto a la ventana, mirando las preciosas vistas hormigonadas del polígono industrial. Los coches llenos de gente gris. ¿Qué hago? Me gusta. Y ahora estoy sentado debajo de la luz artificial de la oficina en lugar de junto a la luz artificial del polígono. Es luz, parece lo mismo pero no lo es.
Cuando me siento en una silla que por supuesto no es la mía, me encuentro incómodo. La silla no es la mía pero porque casi no puedo moverme. Me gusta moverme con la silla. Atrás, adelante. Esta silla no tiene ruedas. Sí, es una silla, pero no es lo mismo. Aun así intento acomodármela en altura. Cambio de sitio el teclado y ordeno a mi gusto los papeles.
– ¡Espera un momento! – escucho desde el otro lado de la sala. No puedes cambiar la silla de sitio. Ni el teclado y por supuesto, no puedes ordenar a tu gusto los papeles.
– Pero quiero trabajar – le digo yo.
– Trabaje. Usted necesita un ordenador, una silla, una mesa, luz, unos papeles y una oficina. Ya la tiene. Aprovéchela. Demuestre lo que sabe hacer.
– Pero no es lo mismo.
Miro la luz. Miro la ventana desde lejos y me pregunto:
¿Cómo lo harán las compañías de teatro?