Se están cerrando muchas salas pequeñas, santuarios de la creación artística, y todos perdemos con cada una que desaparece: a los profesionales se nos va un lugar donde jugar sin red ni miedo, y los espectadores deben tachar un nombre en su lista de ‘cosas insospechadas para ver’. Después de unos años de ilusión, tras el florecimiento del off viene ahora la siega. Del off al choff en apenas… ¿seis años? Muchos han hablado de la burbuja del teatro off y no seré yo quien parafrasee a los que saben más y escriben mejor.
La política cultural de este país no propicia el surgimiento y estabilidad de salas pequeñas. Las ayudas a nivel nacional, y hasta donde conozco a nivel autonómico y municipal, no apoyan debidamente la iniciativa privada, el pregonado emprendimiento; las ayudas que hay, son escasas y con unos requisitos que no responden a la realidad y, en muchos casos, tampoco a la razón. Y aún sabiendo esto saltan valientes que, contra viento y marea, se lanzan a pedir un crédito, alquilar y reformar un local y ¡a soñar que son dos días!
Algunas de estas salas no llegan a las 40 butacas. Si la entrada media –let’s bonus y atrápalo por medio- es de 10 €, los máximos que pueden recaudar por función son 400 €. Menos 21% de IVA, 10% de la SGAE y 50% de la compañía en la mayoría de los casos. Considerando todos los gastos que una sala conlleva y que llenar en todos los pases es una fantasía, muchas salas no pueden sobrevivir. A esto hay que añadir que algunas se abren sin cumplir requisitos legales como, pongamos por ejemplo, una salida de incendios, y llega un triste momento en el que un inspector se asoma, pregunta y da un disgusto.
Ojalá mejore el panorama. Ojalá las distintas administraciones atiendan a los gestores de las salas y convoquen ayudas adecuadas al sector. Ojalá, esto siempre, aumente sin parar el número de espectadores y no quede una butaca libre en este país. Y ojalá el sector del teatro se llene de empresarios con corazón y cerebro, con pasión y cálculo, y se hagan planes de negocio realistas para que, cuando se abra una sala, no haya que cerrarla a los veinte meses.