Queridos Reyes Magos de Oriente:
Tengo todos los nombres del mundo y sería injusto que escogiera sólo uno.
Puede que el regalo que os pido no sea tal, pero bien es cierto que hemos aprendido a desearlo de ese modo. Quizás, este hecho merme nuestras convicciones, más nunca nuestras ganas.
Quiero sentirme segura de noche en la calle, viniendo de donde se me antoje. No me gusta la sensación de apretar el móvil en mi bolsillo, como si fuera un revólver que utilizar en caso de ser intimidada. Detesto ese momento en que los latidos del corazón se aceleran en mi garganta, mis pasos tienen prisa y el eco de mis tacones pareciera un chivato que me delatase. Me entristece aproximarme a una esquina y preguntarme si esa noche podré dormir tranquila.
Quiero que, al escucharme, no me juzguen diferente por mi sexo. No tengo que demostrar más, ni sacrificar el doble, ni suplicar mil veces perdón.
Quiero que me dejen estudiar; que no me casen con doce años; que no me obliguen a cubrir mi vida con una espesa telaraña llamada burka, talla treinta y seis o «se te está pasando el arroz».
Quiero que a mis antepasadas se las incluya en los libros de Historia, de Ciencias, de Literatura.
Quiero cobrar lo mismo que mi padre, que mi hermano, que mi primo, que mi vecino y que mi mejor amigo.
Desde niña me han contado que, a veces, hacéis realidad los deseos.
Postdata: ¿Seguro que sólo sois tres y ninguna mujer trabaja con vosotros? Lo dudo.
